jueves, 30 de octubre de 2008

El Alma en el Caparazón

El sonido de unas campanas. Las calles luminosas, abarrotadas de neurogeneradores de entidades prosaicas, nuevas fuentes no engendradas de nuevas redes que supuran un icor magnético a otras redes, las redes son cómo hongos, cómo alucinógenos hongos que invaden nuestras casas, usurpando nuestros servidores, conquistando nuestros ordenadores, de cada nuevo ordenador infectado, la red muta, eclosiona según las funciones primarias, derivando a otras redes secundarias que se esparcen por el ciberespacio cómo tentáculos, Tokio es un hervidero de puertos de conexiones fantasmas, es el gran claustro de redes que intoxica la noosfera de información basura, mensajes subliminales comunicaciones divinas Jesús cristos crucificados en sótanos cómo si de antenas parabólicas fueran para entrar en estado perpetuo con la matriz, ese gran gusano que absorbe las neuronas, utiliza la fuerza neuronal para descargar iones de pulsaciones, las redes se nutren de todos estos procesos metafísicos, órdenes química-neuronales que van demasiado deprisa, todo ocurre en nuestro cerebro inmundo mientras estamos enganchados a un cable que aniquila nuestro conciencia, volcando una nueva conciencia artificial en esa asquerosa e nueva colmena viviente, una colmena viviente artificial, entre placas madres y procesadores que originan nuestra vida.

El sonido de las campanas. El cerebro destrozado en partículas nanotérmicas que se fusionan en núcleos sacrosantos, perfectos habitáculos marítimos, cerebrales, llenos de líquido amniótico dónde habita nuestra alma, una alma informatizada, jerarquizada con la fisión angulosa de teorías del caos que explotan en las avenidas, mientras los números ingesta toda clase de procesos neobudistas, utilizando el canal con los dioses los mantras y los chakras para reflotarse en un cuerpo metálico, adamantino de brazos, carne y acero de cerebro en un vasija llena de electrodos que vive eternamente congelada en pensamientos nucleares. Somos parte de una profecía, los ordenadores dominarán las cervicales analógicas de nuestros sistemas, nuestro sistema formará parte de una máquina que propulsará quarks santísimos a millones de quilómetros colonizando monolitos electrónicos en otros planetas, inteligencias artificiales creadas por inhumanos que habitan desde hace eones en las estrellas nos observan y quieren apropiarse de nuestros sistemas. El alma humana está dentro de un caparazón de óxido, nitrato y helio. Un caparazón de robot milenario que será el nuevo hombre de las naves futuristas, del nuevo futuro conectado, de la conexión que se fundirán con los genios, los genios que han preparado el camino para una total macro interacción máquina-hombre. El sonido de las campanas triunfantes resuena en las cavidades de algoritmos rimbombantes, discordantes, los androides procrean, se multiplican, se divierten siendo hombres y mujer en un mundo de fantasmas descolocados, en un mundo de criaturas pérfidas, engendros mecánicos que guardan nuestros sueños más triunfales.

El futuro es incierto, insondable, incompresible.